La afición por los libros, la lectura y la literatura ha llevado a nuestro alumno de 3º de ESO Miguel Salamanca a ser el ganador del IV Certamen de Relatos Cortos Rotary Madrid Puerta de Hierro, con su obra “Lucía”, de entre un total de 500 relatos que se presentaron a este destacado certamen de cuentos.
Miguel, que se mostró “muy contento e impresionado” por recibir este premio, aseguró que fue su madre la persona que le animó a presentarse a este certamen literario “y además”, añade, “una amiga de nuestra familia nos contó una historia que ocurrió en su instituto. Ello me dio la idea, la novelé y la presenté al concurso”, destaca Miguel.
Y es que su afición a la lectura, desde bien pequeño, le ha ayudado para escribir relatos. Afirma que le gustan “las novelas de misterio y acción y, entre mis escritores favoritos están Carlos Ruiz Zafón, la saga de Harry Potter y Laura Gallego”. Para Miguel, leer es una actividad muy destacada “y que proporciona muchos beneficios, como aprender a escribir, mejorar y aumentar tu vocabulario y mejorar la comprensión lectora, lo cual es muy importante para entender muchas cosas y otras asignaturas”.
El anuncio de su galardón como ganador de este IV Certamen de Relatos Cortos Rotary Madrid Puerta de Hierro se lo hizo una de sus profesoras, Elena Olmedo, y a partir de ahí todo han sido felicitaciones de su familia y sus amigos, “de hecho me lo han pedido muchas personas para leer el relato”, subraya Miguel, quien manifiesta que tiene pensado “seguir escribiendo más cuentos y relatos porque me divierte mucho”.
En cuanto al proceso de creación de su breve relato, Miguel afirma que “una vez que me contaron la historia, decidí novelar detalles y el final de la historia, prestando atención a los consejos y a lo que me contaron mis padres y una prima mía.”, apostilla nuestro joven alumno.
A continuación, reproducimos “Lucía”, el relato ganador de este IV Certamen de Relatos Cortos Rotary Madrid Puerta de Hierro, obra de Miguel Salamanca:
Hacía demasiado frío, como todas las mañanas desde que este invierno papá se quedó sin trabajo. ¡Maldito invierno! ¡Lo odio! Tengo los pies helados, no quiero salir de la cama, y mucho menos lavarme con agua fría, qué digo fría, ¡congelada!
Ya no aguanto más, pero no quiero quejarme delante de mamá y papá.
Mi historia es una de tantas historias de familias con pocos recursos económicos, no tiene nada de especial. Mis padres vinieron desde Ucrania en busca de una vida mejor. Mi madre era maestra y mi padre profesor de Literatura, pero aquí en España tuvieron que buscar otra manera de ganarse la vida. Mi madre empezó a limpiar en casas, gracias a los contactos de otras familias ucranianas; pero mi padre lo tuvo algo más difícil. Al final, consiguió trabajo en una empresa de logística. No ganaba mucho, pero lo suficiente para poder vivir dignamente. Así pasaron algunos años, pero llegó la crisis y mi madre empezó a tener menos trabajo, y aun así podíamos mantenernos con lo que ganaba mi padre y lo poco que ganaba mi madre. Haciendo muchos sacrificios y renunciando a muchas cosas, pero sobrevivíamos. Pero todo ha ido a peor con la pandemia, porque mi padre enfermó y tuvo que dejar su trabajo.
Por eso no tenemos agua caliente ni calefacción. Mis padres no tienen dinero para pagar la factura. Y yo me siento muy desgraciada porque tengo frío y ni siquiera puedo lavar mi preciosa melena. De hecho, creo que voy a tener que “sacrificarla”, porque mamá me dice que será más fácil lavarme la cabeza con el agua fría si tengo el pelo más corto. Ya sé que hay cosas peores, pero me parece tan injusto…
Tengo que vestirme o llegaré tarde al colegio. No me apetece nada, pero al menos allí está Lucía.
Lucía es mi mejor amiga, y diría que la única. No recuerdo bien cómo empezamos a ser amigas, pero desde que la conozco ha sido un gran apoyo para mí. Yo jamás me he avergonzado de no tener dinero, porque mis padres son buena gente y trabajadores. Nunca han robado, ni perdido dinero en el juego o con la bebida o las drogas; simplemente han tenido la mala suerte de perder sus trabajos. Pero aunque no sienta vergüenza, tampoco me apetece hablar de ello con todo el mundo (y por todo el mundo quiero decir el resto de mis compañeros), excepto con Lucía, con ella es diferente.
Desde el principio se convirtió en mi confidente. Jamás me preguntó por el hecho de que no tuviera móvil, ni el porqué de que nunca llevara almuerzo para el recreo, pero creó entre nosotras tan buen rollo, que un día mientras comíamos pipas en un banco del parque, le conté todo lo que pasaba en casa, por qué no tenía móvil o la razón por la que a veces estaba sin fuerzas porque apenas había comido. Ella me dejó hablar, me escuchó sin juzgar y me abrazó. Desde entonces, encuentro un desahogo en Lucía porque puedo contarle cómo me siento y el nudo que suelo tener en el estómago desaparece por un rato.
Lucía tiene 15 años, como yo. Una adolescente que no puede cambiar el mundo, pero que está ayudándome a cambiar MI mundo.
Para mamá que es creyente, Lucía es un regalo del cielo y da gracias a Dios todos los días. Para mí, que no creo en Dios, Lucía es una buena persona y una buenísima amiga; y yo también doy gracias por haberla conocido.
Lucía es una de esas personas que hace las cosas sin que se note que las hace, y que no espera nada a cambio. Un día empezó a compartir el almuerzo conmigo, lo mismo que traía para ella venía repetido para mí, ni más grande ni más pequeño, exactamente igual. La primera vez que lo trajo, simplemente lo sacó de su mochila y me lo dio mientras decía: “hoy nos toca bocata de salchichón, plátano y yogur de fresa, mi favorito”. Así sin más, con una sonrisa y sin hacerme sentir mal. No sé cómo lo consigue, pero es única.
A veces, sobre todo en invierno, algunos sábados me invita a su casa para ver una peli, cenar pizza y dormir juntas. Y entonces puedo darme una ducha de agua caliente y lavarme el pelo con un champú que huele fenomenal. Nos reímos mucho y por una tarde me olvido de todo y solo soy una cría de 15 años.
La familia de Lucía no es rica, es una familia de clase media. Sus padres trabajan los dos y se pueden permitir viajar en vacaciones, cenar fuera de casa y algunas cosas que yo considero un “lujo”, como que todos tengan móvil con tarifa plana. En mi casa solo hay uno, y lo usan mis padres para buscar trabajo. Yo tengo uno viejo con una tarjeta prepago y si quiero hablar con Lucía, le hago una llamada perdida y ella me la devuelve para que no gaste. Lo cierto es que con Lucía y su familia, todo es fácil.
Su padre dice que su familia era de un pueblo de León y que tuvieron que emigrar a Madrid porque allí no tenían de qué vivir. Al poco de estar instalados, recuerda que llegó
otra familia del mismo pueblo y que su padre (el abuelo de Lucía) les abrió las puertas de su casa y compartieron lo poco que tenían hasta que ambas familias fueron prosperando. Él se siente muy orgulloso de sus padres y siempre dice que la mejor enseñanza que le dieron fue hacerle comprender que la vida hay que compartirla, que debemos ofrecer ayuda y dejarnos ayudar.
Hace un mes la madre de Lucía llamó a mamá para pedirle permiso para poner en todos sus grupos de WhatsApp que papá y ella están buscando trabajo, por si surgía algo. La madre de Lucía dice que hay que aprovechar lo bueno de las redes sociales, que permiten que tu mensaje se multiplique en un momento y llegue a un montón de gente. ¡Y además gratis! Y ayer por la tarde le dijo que una amiga de una amiga necesitaba a alguien todos los días para cuidar a su hijo pequeño, que quería conocerla y contarle las condiciones del contrato y ver si llegaban a un acuerdo. Han quedado esta mañana y mamá está nerviosa, por eso yo no quiero que note que estoy de malhumor por tener que lavarme con agua fría. No se lo merece, y si todo va bien, puede que sea la última vez.
Mamá no quiere hacerse ilusiones, y yo tampoco, pero en el fondo confío en que todo va a ir bien porque la madre de Lucía le ha contado maravillas sobre mamá a su amiga. Así que he decidido que no es momento para quejas y he cambiado el malhumor por una sonrisa. Si todos están poniendo su granito de arena para ayudarnos, qué menos que yo ponga el mío. ¡Hoy todo puede cambiar!
O como dice Lucía: si no cambia hoy, cambiará mañana. ¡Seguro!
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